Humor after-hours

Tampoco acortaría a timo lo que se presentó como Ultrashow Timoteo-Timotei. Pero la actuación de Miguel Noguera la madrugada del viernes en la Galileo Galilei se quedó corta de miras.

La hora no ayudaba mucho, más cercana a la de un late-night que al prime-time con que abarrotó la cafetería del Matadero el pasado mayo. Aun con entradas agotadas desde la semana anterior y un público acérrimo y fiel que le ríe todas las gracias, falta algo.  Falta esa sensación de estar encerrado con un loco que en cualquier momento te va a soltar una bomba de ácido que se lleve tus reservas y convenciones por delante en una explosiva carcajada.

Me río, por supuesto. Es imposible no reírse con su vis cómica, con sus gritos vehementes, con la cara tan seria con que te explica lo que pasa por una cabeza en la que no nos gustaría estar a ninguno. Pero no es la misma risa que me arranca Ultraviolencia, no es la misma risa que me estalló la última vez que pude verle. Noguera explica su lista de ideas y se recrea en ellas, pero es esa explicación la que me resta el ritmo trepidante de los dibujos inesperados y locos que ocupan la segunda y mejor parte del show. La tercera y última etapa, en la que vuelve a las explicaciones de su peculiar universo plagado de gatos con patas delanteras muy largas, curas con cuello de toro y cruces muy profundas, se hace divertida y con la fluidez indiscutible de algo que se ha hecho muy bien y muchas veces. Y es ese precisamente el mayor defecto que le vi: que no hay sorpresa. Y una colleja que ves venir de frente no puede provocar una descarga adrenalínica.