El fin de semana pasado visitamos Beijing. Era mi tercera vez en una ciudad que me fascinó la primera vez que puse un pie en ella, en 2009, y que me terminó de enamorar cuando volví, en 2010.
He vuelto de este viaje con la garganta hecha trizas y, además, un poco decepcionada.
Supongo que es porque no soy la misma que hace tres años y que después de la vuelta a España y de un tiempo en Shanghai soy ya capaz de verle los defectos a lo que me eclipsó las primeras veces, pero me he encontrado una ciudad incómoda (tanto para el que trabaja como para el que la visita), sobreexplotada, con muchísimos turistas, muchísimos listos intentando timar a los turistas y muchísimos mendigos (la mayoría, además, con niños) pidiendo dinero a los turistas, cada grupo más ruidoso que el anterior.
También es porque para un fin de semana largo es inevitable visitar templos, hutongs y esa plaza que, obra y gracia de la polución, ya es del mismo color que el cielo, y los circuitos turísticos son eso, turísticos, pero da la sensación de que todo es un inmenso decorado de película de Fu-Manchú. No digo que no me siga gustando, porque le tengo mucho cariño, pero es verdad que la veo con otros ojos, y quizá no la elegiría para vivir en ella.
Estas son algunas ideas aleatorias que se me han ocurrido durante esta visita:
-Olvidarse del abrigo porque el día de partida hace sol en Shanghai es una de las cosas más tontas que pueden cometerse al viajar a una ciudad donde se llega a cero grados en abril.
–Airbnb nos ha permitido conocer a una hongkonesa encantadora que nos alquiló un cuarto gigantesco con baño propio, nórdico kawaii, batamanta y opción a hacer uso de su guardarropa. Especialmente indicado para idiotas que se dejan el abrigo en casa.
–El gobierno ordena apagar la calefacción central de los hogares cuando empieza la primavera. Sigue haciendo frío. Ajo y agua: es primavera.
-A los pequineses, por alguna razón que no alcanzo a comprender, no les gustan las monedas. Me salen los billetes de un kuai (doce céntimos) y de un jiao (1,2 céntimos) por las orejas.
–Los taxistas pequineses, si te ven cara de extranjero, no te recogen. Si te preguntan dónde vas y no les va bien, tampoco te recogen. Y cuando te recogen, a menudo no tienen ni idea de dónde quieres es y te dan millones de vueltas por los múltiples anillos y puentes de la ciudad.
-Los taxímetros no cuentan los tres kuais de más que te suelen cobrar por carrera (por la gasolina) y que te dejan cara de que te están timando todo el rato cuando te devuelven el cambio.
-Quiero conocer al lumbrera que enseñó a todos los vendedores chinos a gritar hallo y darle dos hostias.
-Antonio, un amigo español que vive en Beijing, dice que ellos molan más porque tienen hutongs. Estoy por decirle que, a juzgar por el ritmo de construcción, dentro de nada no van a molar tanto.
-El Templo del Cielo sigue dándole cincuenta mil vueltas a la Ciudad Prohibida.
-Mi amigo Antonio habla chino con acento de Beijing: termina las frases rodando la lengua en el paladar, como si tuviera una patata caliente en la boca. El caso es que le entienden y a mí, que termino todo con a, como oigo en Shanghai, no.
-La famosa calle de los bares de Sanlitun me recuerda cada año más a Benidorm.
-Entrar al baño de un hutong y encontrarte dos señoras cagando ya es mainstream.
-¿Se acuerdan del distrito artístico, el 798, que lo iba a petar en cuanto a arte emergente y donde me compré ese bolso que paseaba orgullosa a todas partes? pues nada, que no termina de emerger. Más bien se está hundiendo. La tienda de los bolsos sigue, eso sí.
-Hemos visto a Mao y parece un Gusiluz.
-No podría vivir en una ciudad en la que me tratan como a una turista todo el rato.
-No me gusta el pato.
-Parece que el panorama de bandas en Pekín es el mismo que el de Shanghai: gente a la que no conoce ni su padre aullando en bares de colegas, con la diferencia de que en Pekín son casi todo chinos y en Shanghai suelen estar formados por el combo expatriado + china (s).
-En Pekín sigue habiendo industria de camisetas bonitas y ropa alternativa que se ponen todos los alternativos de la ciudad.
–Cof, cofff.
-Qué majos son los taxistas en Shanghai, oiga.