Haciendo radio

Entre las muchas cosas que hice este verano, una fue ir con Pedro Toro a SER Henares para hablar sobre cosas chinas. Sólo teníamos veinte minutos así que nos liamos bastante y escupimos muchos nombres por minuto, pero creo que más o menos se nos entiende.

Yo no los he escuchado porque mi voz grabada me pone nerviosa, pero podéis descargar aquí los podcasts:

Rock en China*:

Donde nos pisamos hablando de bandas (expats y locales) que intentan hacerse un hueco, del sello Genjing Records y de la aún escasa escena independiente china.

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Cine en China: 

Donde desisto de convencer a Pedro Toro de lo guay que es Wong Kar-wai y mencionamos un par de títulos curiosones.

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¡Disfruten!

* Confieso que me colé (nerviosa, el directo, mi voz tiembla, cacareo, digo cosas sin sentido, babeo el micro, podría haber sido peor). Dear Eloise (亲爱的艾洛伊丝), el grupo pekinés del que hablo, sí que hacen conciertos… aunque no he tenido la oportunidad de verlos nunca. Y rabia que me da.

Beijing me mata (II)

A Pekín le perdono todos sus defectos. Le perdono el bochorno, el traficazo, ese deporte nacional que es el sablazo al laowai, el acento y hasta su desprecio por las monedas en favor de los billetes.

Ya se han clausurado las jornadas. Me llevo un diploma, un par de amigos, un buen recuerdo, muchas risas, dos manuales y dos resacas monumentales de cerveza. Aprovecho el fin de semana para ver a más amigos que, cómo no, se empeñan en quedar en el Heaven, el garito de moda de la tarde y noche pekinesa; un antrazo con paredes forradas en madera y en donde puedes comprar el alcohol por botellas, bolsas de hielo y vasos de plástico. Es como volver a la adolescencia pero con mesas y más burradas cuando juegas al yo nunca he.

En algún momento del sábado, antes de conocer al hombre detrás de ZaiChina, aunque no nos acordemos ninguno, me tomo un par de mojitos baratos con Oriol, de Chinalati (haciendo negocios). Estamos apurándolo, junto al puesto que los sirve ahí en medio de Sanlitun, cuando veo (!) una cara conocida. Coño, Peter. Y Fadel. Y Besjian. Un americano, un marroquí y un albanés. Parece un chiste pero es la realidad y son las tres personas con las que cené la primera vez que pisé la ciudad, hace casi cuatro años.

Al día siguiente, Oriol me acompaña a agujerearme el cartílago de la oreja derecha. Es mi recuerdo de una ciudad que llevo hincada en el corazón. Decido quedarme un día más. Paseamos por Wudaokou, la zona universitaria. Por alguna razón, en Pekín la gente lleva más piercings y tatuajes que en Shanghai. Son del norte, dicen mis alumnos cuando se lo comento, unos días después.

No he pisado un monumento, pero he vivido, como siempre que voy, una ciudad distinta de la que conocía. Y creo que aún tengo que volver un par de veces.

Beijing me mata (I)

Día 1

Cuando, después de hora y pico de metro en Shanghai (hora valle), cinco horas en un vagón de tren corrigiendo exámenes y cincuenta minutos de metro pekinés con tres cambios de línea y mucha gente, emerjo de la salida B de la estación de Liangmaqiao, respiro al fin ese aire seco, caliente, agobiado de polución. Hay un tío vendiendo sushi que mantiene en una nevera de porexpán. Una rickshaw espera a ver si alguien quiere ahorrarse el taxi a cuenta de un regateo. Baratijas en un mercadillo improvisado. Torres y más torres. Estoy en el lugar correcto.

Antonio llega a los cinco minutos. Nos arreamos un abrazo. Le conozco desde hace como cinco años, empezamos a estudiar chino a la vez y le veo siempre de Pascuas a Ramos porque, como a mí, China le picó pronto y nunca sabes si vuelve, si viene,  si visita o si se va a quedar alguna vez aquí o allí. La vez que más tiempo le he visto seguido fue cuando compartimos un vuelo Madrid-Pekín de doce horas que sólo era su primera parada antes de llegar a la fría Harbin, donde se pasó un año helándose el culo mientras se sacaba un nivel de chino que me hace tenerle mucho asco y mucha envidia. Ahora vuelve a estar en la capital y me invita a cenar brochetas de corazón de pollo regadas con cerveza. Mola.

Me quedo en su casa estos días: voy a unas jornadas de profesores de español (luego me enteraré de que son las sextas y que aquí todo el mundo se conoce) y, de paso, me reconcilio un poco con la ciudad, que, como Shanghai, tiene esos momentos y días en que lo mandarías todo a freír viento. Pero a pesar de todo, Pekín es como un viejo amigo: cuando ya le conoces, le perdonas todos sus defectos. Y para cuatro días, no voy a quejarme. Ni del aire.

Día 2.

Me despierto y no veo el sol aunque hace rato que ha amanecido. Parece que va a llover.  De camino, puestos de crepes grasientas y leche de soja con una pinta increíble. Me gustan las ciudades chinas porque todos los días parece una verbena. Me meto en un autobús atestado que me lleva a un metro aún más atestado. Ratifico mi teoría: aquí hay menos escaleras mecánicas. Llego a la Beijing Daxue después de dos cambios de metro y dos amables voluntarias que hablan español me acompañan al edificio de las jornadas. Todo es enorme, todo es gris, hace un calor del copón y no son ni las ocho y media.

Busco la hoja de firmas y la cuerdecita con la acreditación y avanzo en medio de un pasillo que parece un primer día de clase en el que tres cuartos de la gente ya se conocía antes del instituto: todos se saludan, todos se conocen. Qué tal, Mengano, te acuerdas de Hong Kong. Dónde estabas, Fulano, Suzhou o Hangzhou. Ratifico otra teoría: las profesoras de ELE se parecen casi todas entre sí. Una especie de rasgo común. No sé qué es. Me preocupa. Me repinto los labios. Será el pelo.

Las charlas no están mal. La gente habla de cómo da sus clases y yo soy muy impresionable, así que (casi) todo me parece bien. Nos dan café de sobre y pastitas. Las primeras horas apenas sé ni situar en el mapa las ciudades de China cuando hablamos de dónde damos clase, qué asignaturas tenemos y demás. Me recuerda a algunas conversaciones en Shanghai, esas en las que nunca sabes qué más decir cuando ya te has intercambiado la información básica de y-tú-de-quién-eres.

Luego aparece el gremio comiquero y todo mejora un poco. El próximo curso explicaré en clase el refrán de Dios los cría y ellos se juntan. Llega la última charla y nos vamos a un bar con futbolín y cerveza a diez yuanes la jarra. Compruebo que Pekín sigue siendo más barato que Shanghai.

Y nada, que cerramos el bar.

Pequinesadas

El fin de semana pasado visitamos Beijing. Era mi tercera vez en una ciudad que me fascinó la primera vez que puse un pie en ella, en 2009, y que me terminó de enamorar cuando volví, en 2010.

He vuelto de este viaje con la garganta hecha trizas y, además, un poco decepcionada.

Supongo que es porque no soy la misma que hace tres años y que después de la vuelta a España y de un tiempo en Shanghai soy ya capaz de verle los defectos a lo que me eclipsó las primeras veces, pero me he encontrado una ciudad incómoda (tanto para el que trabaja como para el que la visita), sobreexplotada, con muchísimos turistas,  muchísimos listos intentando timar a los turistas y muchísimos mendigos (la mayoría, además, con niños) pidiendo dinero a los turistas, cada grupo más ruidoso que el anterior.

También es porque para un fin de semana largo es inevitable visitar templos, hutongs y esa plaza que, obra y gracia de la polución, ya es del mismo color que el cielo, y los circuitos turísticos son eso, turísticos, pero da la sensación de que todo es un inmenso decorado de película de Fu-Manchú. No digo que no me siga gustando, porque le tengo mucho cariño, pero es verdad que la veo con otros ojos, y quizá no la elegiría para vivir en ella.

Estas son algunas ideas aleatorias que se me han ocurrido durante esta visita:

-Olvidarse del abrigo porque el día de partida hace sol en Shanghai es una de las cosas más tontas que pueden cometerse al viajar a una ciudad donde se llega a cero grados en abril.

Airbnb nos ha permitido conocer a una hongkonesa encantadora que nos alquiló  un cuarto gigantesco con baño propio, nórdico kawaii, batamanta y opción a hacer uso de su guardarropa. Especialmente indicado para idiotas que se dejan el abrigo en casa.

El gobierno ordena apagar la calefacción central de los hogares cuando empieza la primavera. Sigue haciendo frío. Ajo y agua: es primavera.

-A los pequineses, por alguna razón que no alcanzo a comprender, no les gustan las monedas. Me salen los billetes de un kuai (doce céntimos) y de un jiao (1,2 céntimos) por las orejas.

Los taxistas pequineses, si te ven cara de extranjero, no te recogen. Si te preguntan dónde vas y no les va bien, tampoco te recogen. Y cuando te recogen, a menudo no tienen ni idea de dónde quieres es y te dan millones de vueltas por los múltiples anillos y puentes de la ciudad.

-Los taxímetros no cuentan los tres kuais de más que te suelen cobrar por carrera (por la gasolina) y que te dejan cara de que te están timando todo el rato cuando te devuelven el cambio.

-Quiero conocer al lumbrera que enseñó a todos los vendedores chinos a gritar hallo y darle dos hostias.

-Antonio, un amigo español que vive en Beijing, dice que ellos molan más porque tienen hutongs. Estoy por decirle que, a juzgar por el ritmo de construcción, dentro de nada no van a molar tanto.

-El Templo del Cielo sigue dándole cincuenta mil vueltas a la Ciudad Prohibida.

-Mi amigo Antonio habla chino con acento de Beijing: termina las frases rodando la lengua en el paladar, como si tuviera una patata caliente en la boca. El caso es que le entienden y a mí, que termino todo con a, como oigo en Shanghai, no.

-La famosa calle de los bares de Sanlitun me recuerda cada año más a Benidorm.

-Entrar al baño de un hutong y encontrarte dos señoras cagando ya es mainstream.

-¿Se acuerdan del distrito artístico, el 798, que lo iba a petar en cuanto a arte emergente y donde me compré ese bolso que paseaba orgullosa a todas partes? pues nada, que no termina de emerger. Más bien se está hundiendo. La tienda de los bolsos sigue, eso sí.

-Hemos visto a Mao y parece un Gusiluz.

-No podría vivir en una ciudad en la que me tratan como a una turista todo el rato.

-No me gusta el pato.

-Parece que el panorama de bandas en Pekín es el mismo que el de Shanghai: gente a la que no conoce ni su padre aullando en bares de colegas, con la diferencia de que en Pekín son casi todo chinos y en Shanghai suelen estar formados por el combo expatriado + china (s).

-En Pekín sigue habiendo industria de camisetas bonitas y ropa alternativa que se ponen todos los alternativos de la ciudad.

Cof, cofff. 

-Qué majos son los taxistas en Shanghai, oiga.